El empresario del corazon roto

Chapter 15: El primer encuentro



Chapter 15: El primer encuentro

Isabel tiene un hermoso cabello largo y ondulado, ojos miel y gracias al frío tiene levemente la nariz

roja. Es un poco bajita, pero es normal, yo soy muy alto por lo que su cabeza me queda un poco a la

altura del pecho, aunque justo hoy trae botas con tacón lo que le hace ver mas alta.

Me quedo observándola por un minuto, mientras analizo su rostro, tan hermoso y expresivo que ahora

sé que no podré borrar de mi mente y me acompañará por el resto del fin de semana y posiblemente

más.

―Eres tan diferente como te imaginaba.― Abre la conversación.

―¿Diferente? ¿En qué manera?

―Pues, siempre te imaginé menos...

―¿Amargado?

―Guapo.― Murmura y sonrío ligeramente.

―Bueno, no sé qué decir al respecto sobre mi imagen pero si te puedo decir sobre la tuya... tu rostro

va con tu nombre y con tu sonrisa.― Me atrevo a decir. Isabel se sonroja, supongo que jamás imaginó

que yo le diría eso y mucho menos yo, tampoco sé porqué lo hice.

―Además de filósofo eres poeta... ¡Qué bien! Aunque tu ropa dice que no eres nada de los dos.

―No lo soy... pero ¿quién crees que soy?

Ella se queda pensando un minuto y sonríe.― Eres alguien que quiere un croissant tanto como yo...

vamos, que muerdo de frío.

Ambos comenzamos a caminar hacia el café Du lait que se encontraba en uno de las esquinas de la

boquera. A comparación de cuando yo había ido, esta vez estaba alumbrado con todo tipo de luces

navideñas y había un conjunto de jazz al fondo tocando La vie en Rose que me hizo recordar a mi

madre cuando la ponía en la casa.

Nos sentamos adentro, ya que el frío comenzaba a pegar un poco más fuerte y sabíamos que ni cinco

chocolates calientes nos ayudarían a mantener el cuerpo a temperatura, además de que la única

mesa se encontraba cerca del conjunto de jazz al fondo del lugar. Le recorrí la silla con cuidado y ella

me sonrió en agradecimiento. En seguida un mesero nos trajo la carta y ella simplemente pidió, un

chocolate caliente con mucha crema batida en la parte de arriba y un croissant relleno de chocolate,

yo pedí igual pero en lugar de la crema batida pedí con malvaviscos, después nos vimos de nuevo y

ella me sonrió.

―Es un placer conocerte Isabel.― Le dije a los ojos mientras ella sonreía.

―Igualmente... personalmente quiero pedirte disculpas por haberte dicho cabrón, no era mi intensión. Text © by N0ve/lDrama.Org.

―No pasa nada... quiero pensar que en algún punto lo fui.

Ella se ríe.―No suelo expresarme así pero, estaba tan enojada que lo hice...― Sonrió y yo lo hice de

nuevo, tan natural que me asusta.

Nos quedamos un momento en silencio mientras el chico nos pone los platillos sobre la mesa y luego

un plato de crema batida extra al lado mío.

―De la casa Señorita Osher.― Le dicen y en ese momento sé que su nombre completo es Isabel

Osher, y la conozco un poco más.

―Gracias.― Contesta y mientras con una cuchara le pone un poquito al lado del croissant.― Amo la

crema batida.

―Veo que eres cliente frecuente.

―Te dije que vengo seguido probar los croissants para encontrar el ingrediente secreto de la masa

para hacerlos... por eso me conocen tanto.

Veo mi croissant y estoy a punto de morderlo y ella me dice que no con la cabeza.― Primero, toma un

sorbo del chocolate para que tus papilas gustativas entren en juego.― Indica y yo como si fuera su

alumno lo hago.

Pruebo el delicioso chocolate y como uno de los pequeños malvaviscos que hay en la taza y siento

esa sensación de calor sobre mi pecho que me reconforta por completo. Después, volteo a verla y me

río porque veo que tiene crema batida sobre los labios y sé que yo igual tengo chocolate a la altura de

los míos. Ella se limpia levemente con la lengua, pasándola lentamente removiendo la crema, y con

ese simple movimiento llama enteramente mi atención.

―Ahora sí, prueba el croissant, sentirás como el chocolate dulce con el amargo se fusionan y hacen

una explosión de sabores.

―Muy bien, tú eres la chef.― Comento y tomo el croissant y le doy una mordida. El paraíso de

chocolate se rebela ante mí.

―Cierra los ojos, siente la combinación de chocolates, el calor del croissant recién horneado.― Me

explica con su melodiosa voz a la que ya estoy acostumbrado por las infinitas pláticas que he tenido

con ella.

Isabel tiene razón, la explosión de sabores me reconforta, revive de nuevo y se lleva todo el malestar

del cuerpo que sé yo mismo me había provocado con tanta agua fría, caliente, la hambruna y al

principio el alcohol y las pastillas para dormir.

―Delicioso.― Murmuro.

―Lo sé, mi hermana me lo enseñó cuando venía conmigo.

―¿Tu hermana? Dijiste que tenías un hermano.

―Sí, hermano y hermana, yo soy la menor.

―¿Y? ¿Cómo se llama tu hermana?

Ella toma otro sorbo y luego vuelva a limpiarse el chocolate.― Se llamaba Bettina o Betty. Murió hace

unos años atrás... tenía cáncer en el cerebro. La última vez que vine con ella fue antes de que entrara

al hospital para que la operaran.― Comenta y sonríe leve.

―Lo siento, fue imprudente de mi parte... yo.

―No pasa nada, es pasado, ahora ella está en un lugar donde no siente dolor y yo estoy aquí

disfrutando todo por ella, para cuando me toque mi momento y me reencuentre con ella pueda decirle

todo lo que hice.

―¿Crees que a ella le hubiera gustado que trajeras a otro aquí? ― Pregunto y ella asiente.

―Claro, porqué no, además su sabiduría de chocolate y croissant está pasando de discípulo, a

discípulo... tu lo aprendes ahora, después lo pasarás a otros.― Contesta feliz y sin que ella lo sepa en

este momento me acaba de dar una lección que deberá analizar en mi piso solo.

―No sabía que era tu discípulo ya...― Bromeo y ambos reímos.

―Si quieres... no es obligatorio Quentin.― Comenta y debo admitir que amo como pronuncia mi

nombre, no sé si porque en su voz se escucha tan melodioso o porque ella hace un esfuerzo para

pronunciarlo correctamente.― Sólo que cuando uno se mete a las artes de los croissants se vuelve

adictivo.

―¿Al arte de los croissants? Hmmmm.― Contesto.

―Aquí los mejores son los de chocolate pero los de la panadería de la gran vía, los salados, son los

mejores.

―¿Acaso eres catadora de croissants? ― Le pregunto en broma mientras tomo otro sorbo de

chocolate.

―No, sólo me gusta comer pan y beber chocolate.― Y se ríe iluminando la habitación.

Veo sus hermosos ojos miel de esa mirada profunda, su hermoso cabello ondulado cayendo por sus

hombros y ese sombrero que corona todo su conjunto que sé, al igual que yo, ha escogido con

detenimiento.

―No tienes ni idea de quién soy..― Le murmuro.

―¿Debería?

―Tal vez sí... yo conozco hasta tu apellido, en qué trabajas y tú..

―No me tienes que decir Quentin, no es importante. Lo dirás cuando estés listo, cuando sepas que es

el momento correcto y me tengas un poco más de confianza. En verdad es que si no me hubieran

dado el número equivocado, tú y yo no nos hubiéramos conocido.

―Tienes razón. Pero ahora que te conozco no me arrepiento ¿tú lo haces?

Ella niega con la cabeza mientras sus ojos siguen viendo directo a los míos. Después estira su mano y

toca la mía. El contacto entre los dos hace que la electricidad corra por todo mi cuerpo y me encienda

como nada lo había hecho en años. Como si sus manos fuera un desfibrilador que en este momento

tocó mi pecho para que mi corazón volviera a latir.

―Tienes las manos frías.― Murmura, mientras yo siento las suyas calientes por la taza de

chocolate.― No me importa quién seas, ni de dónde seas... sólo sé que pasaste un episodio doloroso

y eso sólo te hace humano ¿sabes?

Sonrío ¿de dónde ha salido esta mujer que siempre dice lo que quiero escuchar? Acaricio su mano y

ella se pone de pie, saca de su bolsa un monedero y paga la orden.― Ven, yo invito... vamos.

―¿A dónde?

―A caminar, lo necesitas, lo necesito, he comido mucho por hoy.

Ambos salimos del café y caminamos hombro a hombre por la hermosa explanada alumbrada por las

luces navideñas y llena de personas que van y vienen sin importar quienes somos nosotros. Tenía

meses que no salía en viernes o más bien que no lo hacía en absoluto. Siento el frío recorrer mi

cuerpo pero mis manos siguen calientes porque su calor se guardó en mi piel mientras me colocaba

los guantes.

―Lo siento por tu hermana.― Le comento.

―Lo siento por Nadine.―Responde.

―Gracias... ella...

―No me cuentes, no lo hagas... hazlo cuando estés listo. Yo suelo contar lo de mi hermana porque

me ayuda a desahogarme pero, cada quién hace lo que le sirve.― Y sonríe.

―Nadine era mi esposa.― Continuo.― Murió en un accidente hace cuatro años atrás junto con mis

hijos cuando íbamos a casa de mis suegros. No pude despedirme de ellos, tampoco pude salvarlos.―

Expreso con melancolía y ella voltea a verme y sin que yo lo pida me abraza pegando su cabeza hacia

mi pecho.

Al principio, siento que esta reacción fue algo rara, pero su calor me hace cambiar de opinión.Me

abraza fuerte como si quisiera absorber todo el dolor que siento y yo hago lo mismo y de pronto me

doy cuenta lo mucho que lo necesitaba.

Nos quedamos así durante un momento mientras las personas pasan de largo sin prestarle atención a

lo que sucede. Aprovecho para oler su aroma y un ligero olor a mantequilla y canela mezclado con

chocolate llega a mi y provoque que cierre los ojos, dándome la escena más bonita que he tenido en

todo este tiempo.

―Quentin, los ataques de pánico que te dan es porque eres muy fuerte no porque eres débil.― Habla

aún abrazándome.― Recuerda eso la última vez que te dé uno y estes solo.

«Ya no estoy solo » Viene a mi mente.

―¿Cómo sabes eso? ― Pregunto.

―Me lo dijo mi hermana, no sólo me enseñó a catar croissants si no a sobrellevar mis ataques de

pánico cuando sabía que iba a perderla. Lo último que me dijo fue eso y ahora te lo paso a ti.

Deja de abrazarme y se aleja de mi. Me ve a los ojos y sonríe.― Que te vaya bien Quentin, espero te

hayan gustado los Croissants.― Me dice y besa mi mejilla. Se da la vuelta y camina lejos de mí.

«Espera ¿qué está pasando? ¿Acaso esto quedó aquí? » Pienso alarmado mientras la veo alejarse.

En un impulso camino hacia ella y la tomo del brazo haciendo que ella voltee.

―¿Qué haces? ¿Te irás? ¿así?

―Sólo venimos por croissants y chocolate ¿recuerdas? Nunca dijiste nada más, así que por lo que

veo, esto llegó a su fin.

―No, no llegó a su fin.― Hablo sin pensar o más bien hablo dejándome llevar por lo que siento en el

momento.― Yo no quiero que llegue a su fin ¿eso es lo que tú quieres? ¿No te gustaría continuar?

Isabel me da esa sonrisa sincera y confieso que ya no sé ni lo que estoy haciendo ni lo que estoy

diciendo sólo sé que quiero seguir conociéndola y hablando con ella, porque me hace bien y admito

que esta sensación me encanta.

Tomo mi móvil mientras ella me ve fijamente a los ojos, llamo al número y ella mete la mano a su bolsa

y al sacar el suyo y ver mi nombre se ríe.

―¿Qué haces? ― Pregunta mientras el móvil vibra y suena en sus manos.

―¿Podrías contestar por favor?

Isabel lo hace y lleva el móvil a su oído.― ¿Diga? ― Dice con su melodiosa voz mientras me ve a los

ojos.

―Recuerdas que te dije que si queremos que esto continué nos llamaríamos tan sólo lo pensáramos.

―Sí.― Responde.

―Este soy yo llamándote... ¿Crees que podamos vernos de nuevo y seguir hablando por móvil?

Isa lanza esa ligera sonrisa que tantas veces me dio y asiente con la cabeza.― Sí Quentin, podemos

vernos de nuevo.― Pronuncia la frase haciéndome sonreír.

―Entonces hasta la próxima.― Murmuro.

―Hasta la próxima.― Me dice y luego corta la llamada y se pierde entre la gente.


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